Territorio de al-Ándalus (IV): la organización hasta el reino nazarí

El califato se desintegró en múltiples reinos de taifas, pero los más poderosos se expandieron y se reagruparon en la segunda mitad del siglo XI

Recreación de la corte de Abd al-Rahman III

En la entrada anterior analizamos la división geográfica hasta Abd al-Rahman III, pero ¿cómo se organizó al-Ándalus desde entonces hasta la caída del reino nazarí de Granada? Ciertamente, la situación que expliqué en el anterior artículo cambió con Hisam II (976-1012), ya que éste dejó el poder real en manos de Almanzor, su hachid. Almanzor trasladó la administración a Madīnat al-Zāhira, para alejarla de la capital cordobesa, y sostuvo su mandato gracias a una dictadura de carácter militar. Fue sucedido en el gobierno por sus hijos, lo que favoreció la fitna, y el Estado se fraccionó por problemas de legitimidad sucesorios. Abd al-Rahman III asumió en su persona los poderes político y religioso y, en 929, proclamó el Califato Independiente de Córdoba. Posteriormente, en el año 936, levantó la ciudad palaciega de Madīnat al-Zahrā’ (“la ciudad de la flor”), donde residió junto a su corte. En la política interior, tanto él como sus sucesores supieron mantener el equilibrio de la población andalusí favoreciendo la integración étnico-cultural entre bereberes, árabes, hispanos y judíos. De la misma forma, como detallaremos en la siguiente entrada, asentaron el Estado califal en tres pilares fundamentales: el Califa, la administración y la hacienda. En el exterior, mantuvieron una intensa actividad diplomática con los reinos cristianos del norte, con el Magreb y con los países del Mediterráneo.

El califato se desintegró en múltiples reinos de taifas, pero los más poderosos se expandieron y se reagruparon, en la segunda mitad del siglo XI, en los reinos de Zaragoza, Badajoz, Toledo, Granada y Sevilla. Esta situación fue aprovechada por los reinos cristianos que se expandieron y llegaron a tomar Toledo, en 1085, con el rey Alfonso VI. Los reyezuelos de Sevilla, Badajoz y Córdoba, en vista de los acontecimientos, solicitaron ayuda a los almorávides.

La dinastía de los almorávides surgió, de la tribu bereber de los Lamtuna, como un movimiento político y religioso basado en la austeridad y en la pureza religiosa. Yusuf ibn Tasufin, el primer emir almorávide, acudió a la solicitud de auxilio de sus correligionarios, infligieron algunas derrotas a Alfonso VI, controlaron a los reyes taifas y, así, incorporaron al-Ándalus a su Imperio como una nueva provincia. El hundimiento del poder almorávide precipitó la aparición de los segundos reinos taifas, que tuvieron una efímera existencia porque pronto se precipitó la invasión de los almohades.

La dinastía almohade surgió en el Magreb, como un nuevo movimiento religioso, encabezada por el guerrero Ibn Tumart. Tras derrocar a sus predecesores, los almohades controlaron casi todo el norte de África e, incluso, conquistaron al-Ándalus. Situaron la nueva capital en Sevilla, donde se vivió una época de cierta prosperidad económica y cultural. Los reinos cristianos, en vista de los nuevos acontecimientos, organizaron una cruzada y vencieron a los musulmanes en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Al poco tiempo, el califato almohade terminó hundiéndose. Al-Ándalus volvió a fragmentarse en los terceros reinos taifas. El avance castellano se hizo imparable con Fernando III, que se hizo con gran parte de las ciudades andalusíes, incluida Sevilla. Sólo consiguió sobrevivir el reino nazarí de Granada hasta que, en 1492, Boabdil capituló ante los Reyes Católicos, entregándoles Granada.

Bibliografía

IBN ABD AL-HAKAM, Conquista del Norte de África y de España. Valencia, Anúbar, 1966.

SÁNCHEZ-ALBORNOZ, C. La España musulmana (2 volúmenes). Madrid, Espasa-Calpe, 1978.

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