En noviembre de 1990, los arqueólogos hallaron en Jerusalén un enterramiento que permanecía sellado desde la guerra judía y que se correspondía con un osario con los restos del sumo sacerdote Caifás
En la entrada anterior seguimos arqueológicamente la peregrinación de Jesús a Jerusalén y analizamos el gesto hostil que tuvo hacia el Templo, una acción que le costó su arresto y su posterior ejecución en la cruz.
Los evangelios narran que, antes de su proceso de muerte, Jesús celebró una última cena con sus discípulos, realizó el gesto simbólico del pan y del vino de la eucaristía y se retiró a orar al huerto de Getsemaní, ubicado en el Valle del Cedrón al pie del Monte de los Olivos. Allí, en conmemoración de este episodio, se localiza actualmente las iglesias de Getsemaní, Pater Noster y Dominus Flevit, y un huerto de olivos que ilustra la antigua escena.
Posteriormente, el nazareno fue apresado por los soldados del templo, en este mismo huerto, posiblemente por orden de Poncio Pilato. Los sumos sacerdotes y los escribas no le perdonaron el incidente del templo y conspiraron contra él dos días antes de la Pascua. La guardia lo condujo a la casa del sumo sacerdote Caifás, que era el presidente del Sanedrín y el representante del pueblo de Israel ante Roma. Pero ¿hay pruebas arqueológicas de la existencia de Caifás?
En noviembre de 1990, al sur de la ciudad antigua de Jerusalén, los arqueólogos hallaron un enterramiento que permanecía sellado desde la guerra judía, sobre el año 70 d.C. Se trataba de un osario con los restos del sumo sacerdote Caifás, que contenía una tosca inscripción aramea que decía Yehosef bar Caiafa, nombre con el que lo mencionaba el historiador coetáneo Flavio Josefo en sus escritos. El osario, que estaba ricamente decorado, era una arqueta de caliza blanda tallada, que estaba destinada a guardar los huesos de los difuntos una vez que la carne se había descompuesto. Se trataba, según Reed y otros, del panteón familiar del sumo sacerdote mencionado directamente en los evangelios de Mateo y Juan.
Jesús fue llevado ante Caifás, pero como el Sanedrín no poseía el ius gladii para dictar sentencias de muerte, ya que estaba reservado a Roma, tuvo que ser presentado ante Poncio Pilato, el prefecto de Judea. Pero ¿cómo prueba la arqueología la existencia de Poncio Pilato y su cargo en estas tierras?
En el teatro de Cesarea del Mar, en el año 1962, unos arqueólogos italianos detectaron una inscripción que llevaba el nombre de Poncio Pilato. Se trataba de una lápida de piedra reutilizada en las obras que se le practicaron al teatro en el siglo IV d.C., que resolvía las dudas que los especialistas tenían sobre Pilato y sobre el título exacto que ostentaba. En el epígrafe se le nombraba como prefecto de Judea, que era un cargo superior al que se le atribuía de procurador. El texto era fragmentario, estaba escrito en latín y decía así: “el templo de Tiberio Poncio Pilato, prefecto de Judea, [hizo o erigió]”.
Poncio Pilato, al igual que otros gobernadores de la época, abusaba de su poder y ejecutaba impunemente a quienes consideraba peligrosos para el orden público. Él mismo fue quién, con toda probabilidad, dictó la sentencia de muerte y ordenó la crucifixión de Jesús, aunque instigado por las autoridades del Templo y los miembros de las poderosas familias de la capital. Así, realmente, el proceso de Jesús que se muestra en los evangelios, en el que se lava las manos ante este asunto tan espinoso, pudo ser una composición cristiana posterior, con poco valor histórico.
Jesús sufrió un proceso de castigo que se inició con la flagelación y que terminó con la cruz. Se le ejecutó por ser un peligro para el templo y, por lo tanto, para la estabilidad de Roma en la tierra de Israel.
Los evangelistas citaron al Gólgota, el “lugar de la Calavera”, como el sitio de la crucifixión. Este lugar existió. Se trataba de una antigua cantera, ubicada en un pequeño montículo de unos diez o doce metros de altura, cuyas cavidades rocosas sirvieron como tumbas. Asimismo, al estar el Gólgota enclavado cerca de uno de los caminos más transitados de Jerusalén, en las cercanías de la puerta de Efraín, las cruces que sobresalían del montículo servían para aleccionar a la población. Se cree que el Gólgota estaba en el lugar que ocupa actualmente una roca en la Iglesia del Santo Sepulcro, según se extrae del estudio del trazo de las murallas de Jerusalén, aunque no hay un acuerdo unánime entre todos los especialistas.
Jesús fue ejecutado y clavado desnudo en la cruz. Seguramente, aunque no se pueden precisar muchos detalles, no fue atado por los brazos al travesaño, sino que se emplearon clavos en las muñecas y en los pies, tal y como presenta la Sábana Santa, sea o no auténtica.
En junio de 1968, Vassilio Tzaferis, de la Dirección de Antigüedades de Israel, excavó algunas tumbas en unas cuevas del nordeste de Jerusalén, en un lugar llamado Givat Hamivtar. En la necrópolis descubrió una tumba familiar abierta en la roca en el siglo I d.C., en la que se encontraban cinco arquetas-osarios. Una de ellas contenía, entre otros restos, los huesos del talón derecho de un hombre, de aproximadamente 1,63 metros de estatura y de unos veinticinco años de edad, que habían sido traspasados por un clavo de unos 12,5 cm. Llamaba la atención que en la parte exterior del pie se había clavado una pequeña tabla de madera para que el crucificado no pudiera liberarlo del clavo, aun a costa de desgarrárselo, y que el clavo se había despuntado al chocar con la dura madera de olivo de la cruz. Ni el clavo ni la madera pudieron ser arrancados del cuerpo, de modo que cuando el cadáver fue retirado de la cruz siguieron adheridos al pie.
Del mismo modo, llama la tención que los brazos de la víctima no habían sido clavados con clavos, sino que fueron atados a la viga transversal de la cruz, y que las piernas no estaban partidas como era lo habitual. De forma excepcional, en este caso, se permitió retirar al cadáver de la cruz para darle un enterramiento digno en la tumba familiar. Lo común era dejar que el cuerpo inerte fuera descarnado por las alimañas en la zona del castigo. En el osario constaba el nombre del difunto, Yeochanan. Pero, cabe preguntarse, ¿pudo haberse hecho una excepción así también con Jesús y dejar que fuera enterrado en un sepulcro?
Hay ciertas cuestiones que la arqueología no puede resolver y menos aún si tenemos en cuenta que nos separan dos milenios de Jesús. Sin embargo, los hallazgos arqueológicos que hemos analizado en esta serie de artículos sobre Jesús de Nazaret nos aclaran ciertos aspectos de su paso por el Israel del siglo I d.C.
Bibliografía
CABEZAS VIGARA, J. A., Jesús de Nazaret: Nacimiento e infancia en Galilea. Sevilla, Amazon KDP, 2020.
CABEZAS VIGARA, J. A., Jesús de Nazaret: Madurez y actividad como profeta. Sevilla, Amazon KDP, 2020.
CABEZAS VIGARA, J. A., Jesús de Nazaret: Peregrinación a Jerusalén, muerte en la cruz y resurrección. Sevilla, Amazon KDP, 2020.
CABEZAS VIGARA, J. A., Jesús, del cerebro a la cruz. Sevilla, Amazon KDP, 2018.
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