El poder de la camiseta negra: más allá de la simplicidad

Mi habitual camiseta negra

Imagen meramente ilustrativa

Hace unos días, en una quedada entre amigos, alguien me preguntó por qué siempre solía ir con una camiseta negra. Y la respuesta a tal cuestión, lejos de ser trivial, está ciertamente impregnada de costumbres que han madurado con el tiempo. El asunto de la camiseta negra, a primera vista, puede parecer una decisión de moda, una inclinación personal o incluso un capricho estético. Pero la verdad es que, detrás de esa elección, se esconden matices que van más allá de lo superficial. La camiseta negra tiene algo de uniforme personal, una especie de armadura discreta que me protege de los vaivenes de la moda, de las dudas cotidianas y que me permite concentrarme en lo que realmente importa.

La elección de una camiseta negra no es un asunto baladí. De hecho, este sencillo gesto conecta con una larga tradición que viene desde los filósofos estoicos, pasando por personajes históricos que entendieron que el hábito no siempre hace al monje, pero sí ayuda a despejar el camino. Steve Jobs, por ejemplo, inmortalizó la simplicidad de su suéter negro de cuello alto. Y lo hacía, según él mismo confesaba, porque eliminaba una distracción más de su día: la de pensar qué ponerse. Jobs, obsesionado con la eficiencia, sabía que en cada pequeño acto diario gastamos energía que podríamos dedicar a asuntos más trascendentales. Yo no soy Jobs, claro está, pero encuentro cierto sentido en esa lógica. Las decisiones que tomamos, incluso las más nimias, se acumulan y pueden desgastarnos sin que nos demos cuenta. 


Un estilo personal y un guiño histórico

El negro, como color, tiene connotaciones poderosas en la historia. Si miramos hacia atrás, nos daremos cuenta de que las clases dominantes en la Edad Media y el Renacimiento preferían los colores vivos, exuberantes, como símbolo de estatus. El negro, en cambio, estaba reservado a situaciones solemnes, al luto y a la austeridad. Sin embargo, fue en el siglo XVI cuando se produjo una curiosa inversión de valores. Carlos V, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, conocido por su vasto poder y su afán de unificar bajo su cetro medio mundo, adoptó el negro como signo de su majestad. A partir de entonces, la vestimenta negra comenzó a ser asociada no solo con la sobriedad, sino también con la autoridad. Los comerciantes ricos, los banqueros y, finalmente, la burguesía, adoptaron esta tonalidad como símbolo de seriedad y respeto.

Este cambio en la percepción del negro, como símbolo de poder y prestigio, fue un acto de rebeldía contra las clases nobles. No es casualidad que, en el siglo XVII, la vestimenta negra fuese adoptada por los puritanos en Inglaterra, un grupo que buscaba una vida más austera y religiosa, en contraste con la opulencia de la corte de los Estuardo. Así, el negro, además de simbolizar poder, también se convirtió en una declaración de principios, en una forma de evitar la frivolidad y centrar la atención en lo que realmente importaba.

Pero no es solo un asunto de historia política o cultural. El negro ha sido también el color de las vanguardias artísticas y de los movimientos más transgresores del siglo XX. Pensemos en las fotografías de los existencialistas en el París de posguerra, reunidos en los cafés de Saint-Germain-des-Prés. Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, todos ellos compartían un estilo austero y monocromático que parecía decirle al mundo que, en un tiempo de devastación y reconstrucción, las grandes cuestiones filosóficas estaban por encima de las modas pasajeras.


Minimalismo, funcionalidad y discreción

La camiseta negra es, además, un reflejo del minimalismo. En un mundo saturado de estímulos y de elecciones infinitas, simplificar puede ser un acto liberador. No es extraño que muchos de los grandes pensadores contemporáneos hayan adoptado una estética minimalista. Aparte de Jobs, podríamos citar a Mark Zuckerberg o al diseñador japonés Issey Miyake. En su sobriedad, el negro tiene la capacidad de eliminar lo superfluo, de evitar distracciones y, lo que es más importante, de concentrar la atención en lo que verdaderamente importa: la persona que lleva la camiseta, no la camiseta en sí misma. En este sentido, el negro es también una elección funcional. No es un color que te vaya a poner en el centro de las miradas, pero tampoco te hace desaparecer. Es, por así decirlo, un color de camuflaje social que permite al que lo porta no destacar más de lo necesario, pero tampoco menos.

Al final del día, la funcionalidad es clave. Una camiseta negra es versátil, se adapta a casi cualquier situación. No importa si estás en una reunión formal o en un entorno más relajado, siempre encaja. Y es que el negro tiene esa cualidad camaleónica de poder ser lo que necesites que sea en el momento adecuado. Además, es una opción práctica. No se ensucia fácilmente, no pasa de moda y puede durar años en tu armario sin que te canses de ella.


Una decisión consciente

Por todo esto, llevar camisetas negras ha dejado de ser, para mí, una mera cuestión de estética o comodidad. Es una decisión consciente, casi filosófica. Al elegir la camiseta negra, estoy eligiendo un modo de vida que busca la simplicidad en medio de la complejidad. Es una forma de recordar que, en un mundo cada vez más caótico y ruidoso, a veces lo mejor que uno puede hacer es aferrarse a lo esencial. 

Y así, con el tiempo, la camiseta negra se ha convertido en algo más que una prenda de vestir. Es una declaración silenciosa, una pequeña rebelión contra el exceso de opciones, una forma de centrarme en lo que realmente me importa: escribir, pensar y vivir según mis propios términos. Como decía Simone de Beauvoir, la moda no debería ser un dictado, sino una elección. Y mi elección es el negro, siempre el negro.

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