¿La historia es una ciencia?

Un método riguroso y sistemático

Imagen meramente ilustrativa.

La pregunta de si la historia es una ciencia refleja una preocupación que ha fascinado a pensadores y pensadoras durante generaciones. A primera vista, la respuesta podría parecer obvia. La historia no es como la física o la biología, ya que no podemos medirla con instrumentos precisos, ni repetir sus experimentos en laboratorios. No obstante, cuando se profundiza en la naturaleza del conocimiento histórico, nos encontramos con una disciplina que comparte muchos de los principios de las ciencias sociales y que, a su manera, sigue un método riguroso y sistemático.


La historia como ciencia social

Desde una perspectiva estricta, el concepto de ciencia se ha asociado durante mucho tiempo con la capacidad de realizar observaciones objetivas, diseñar experimentos repetibles y establecer leyes universales. Bajo esta definición, la historia queda fuera del ámbito científico. Los hechos históricos son irrepetibles y su estudio depende de documentos escritos, artefactos y otros vestigios que nos han dejado los seres humanos. No obstante, limitar la ciencia únicamente a lo experimental sería un error. Las ciencias sociales, como la sociología o la economía, tampoco pueden reproducir los fenómenos que estudian en condiciones de laboratorio, pero nadie dudaría de su valor científico. La historia, al igual que estas disciplinas, busca identificar patrones, comprender causas y efectos, y construir explicaciones basadas en el análisis riguroso de los datos disponibles.

Lo que distingue a la historia de las ciencias naturales es, sin duda, su objeto de estudio. Mientras que la física o la química se ocupan de las leyes universales de la materia, la historia se centra en las complejidades del comportamiento humano. Pero, ¿acaso esto la hace menos rigurosa? La labor del historiador o de la historiadora no es menos exigente que la de un científico: debe recopilar fuentes, compararlas, evaluarlas críticamente y, finalmente, proponer una interpretación coherente. Aunque las herramientas de análisis sean diferentes, el proceso de razonamiento no lo es.


El método histórico y su rigor

El método histórico, aunque no puede recurrir a la experimentación, sigue un rigor comparable al de otras ciencias. En lugar de pruebas de laboratorio, los historiadores se apoyan en las fuentes primarias: documentos de la época, cartas, inscripciones, crónicas y objetos materiales que ofrecen pistas sobre el pasado. Estas fuentes contrastan con las interpretaciones secundarias, escritas por especialistas de distintas épocas y, a partir de ahí, se busca construir una narrativa que explique los hechos de manera lógica y fundamentada. No se trata solo de describir lo que ocurrió, sino de explicar por qué y cómo ocurrió. En este sentido, el historiador no solo actúa como narrador, sino también como analista.

La diferencia clave radica en que la historia lidia con eventos únicos, lo que imposibilita la repetición. Sin embargo, en muchas ciencias sociales y naturales también se lidia con eventos irrepetibles o fenómenos complejos. Piénsese, por ejemplo, en la astronomía, que estudia fenómenos cósmicos que no pueden replicarse en la Tierra, o en la geología, donde la formación de una montaña o la extinción de una especie no puede observarse directamente. Al igual que estas disciplinas, la historia aplica métodos indirectos y reconstructivos, usando lo que queda del pasado para inferir lo que pudo haber sucedido.


Interpretación y subjetividad

El papel de la interpretación es quizás la característica más controvertida de la historia como disciplina. A diferencia de las ciencias exactas, donde la observación directa y la medición objetiva son pilares fundamentales, en la historia siempre interviene un elemento de subjetividad. Las fuentes son interpretadas a través de un prisma cultural e ideológico, y el contexto del historiador influye inevitablemente en la forma en que se entienden los hechos. Sin embargo, esta subjetividad no debe confundirse con arbitrariedad. La interpretación histórica se sustenta en la evidencia y en un proceso riguroso de análisis. No todas las interpretaciones son igual de válidas: solo aquellas que se ajustan a los datos disponibles, que explican los hechos de manera coherente y que son consistentes con el contexto histórico en cuestión, sobreviven a la crítica académica.

Curiosamente, muchas de las ciencias más "duras" también enfrentan el reto de la interpretación. La física cuántica, por ejemplo, requiere interpretaciones teóricas complejas para explicar fenómenos que no podemos observar directamente. Del mismo modo, la medicina debe interpretar los síntomas para llegar a un diagnóstico, sin garantías absolutas. Por tanto, la interpretación no es exclusiva de la historia, aunque en este campo adquiera un peso especial debido a la naturaleza fragmentaria y a menudo incompleta de las fuentes.


La interacción entre la historia y la ciencia

Si bien la historia no reproduce los experimentos de las ciencias naturales, su interacción con ellas es cada vez más frecuente. El análisis genético ha transformado nuestra comprensión de las migraciones humanas prehistóricas, proporcionando evidencias sólidas que refuerzan o desafían las teorías históricas. Las imágenes de satélite han revelado civilizaciones perdidas en la jungla, y la tecnología de datación por radiocarbono ha permitido a los arqueólogos situar con precisión objetos y hechos en su contexto temporal. Así, la historia no se desarrolla al margen de la ciencia, sino que se enriquece con los avances en biología, química, física e incluso informática.

De hecho, la historia es indispensable para comprender el impacto de la ciencia en la humanidad. Los avances científicos y tecnológicos han transformado las sociedades, desde la Revolución Industrial hasta la era digital. Para entender cómo la ciencia ha moldeado nuestro mundo, es necesario un enfoque histórico que ponga en contexto esos descubrimientos y analice sus efectos en la cultura, la política y la economía.

En definitiva, la historia no es una ciencia en el sentido clásico, pero esto no la descalifica como un campo de conocimiento riguroso y fundamental para entender quiénes somos. A través del estudio crítico y la interpretación de los hechos, la historia nos permite ver patrones en la experiencia humana, comprender las causas de los grandes acontecimientos del pasado y, en última instancia, reflexionar sobre nuestro presente y futuro. Es una disciplina que, aunque no sigue las mismas reglas que las ciencias exactas, comparte con ellas la búsqueda de la verdad y el esfuerzo por desentrañar los misterios de nuestro mundo.

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